Una de las disciplinas científicas que han sido usadas con mayor frecuencia con propósitos propagandísticos es la arqueología.
En muchos casos, los regímenes totalitarios han tratado de apoyar sus ideas y acciones asegurando que tienen una base histórica antigua que justifica sus acciones (como la ocupación de un territorio).
Un buen ejemplo es el del esqueleto encontrado en el Castillo de Praga en 1928. Se trata de un guerrero medieval (fue enterrado entre los años 800 y 1000 de la Era Común con una espada, dos cuchillos de combate y otros objetos). En distintos momentos del siglo XX, este esqueleto le sirvió a los nazis y luego a los soviéticos para justificar la ocupación del territorio checoslovaco (los nazis aseguraban que se trataba de un alemán o un vikingo y los soviéticos decían que era un guerrero eslavo; en ambos casos, la presencia del antiguo guerrero servía para apoyar los reclamos sobre ese territorio, que ambas tiranías ocuparon por décadas).
Un grupo de investigación de la Universidad de Bristol acaba de publicar un trabajo (de acceso gratuito) en la revista ANTIQUITY (“Antigüedad”) en el que revela el posible linaje del guerrero: los objetos en su tumba sugieren que se trataba de una persona que tenía experiencia y conocimiento de muchas culturas diferentes (entre otras, la nórdica).
Este trabajo es el primero que analiza la evidencia encontrada en su tumba en forma razonablemente objetiva y las conclusiones sugieren que las fronteras físicas y culturales eran mucho menos rígidas en la antigüedad… algo que, curiosamente, ahora ocurre en la Unión Europea.
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