Los grandes mamíferos marinos, como las ballenas grises, realizan extensas migraciones todos los años que las llevan desde las aguas cálidas de Acapulco hasta las gélidas corrientes cercanas al Polo Norte.
Estas migraciones tienen un impacto ecológico notable; cada ballena puede consumir muchas toneladas de alimento por semana y el movimiento de una gran familia de ballenas puede generar un cambio notable en la composicion del plancton en una zona muy amplia. Esto, a su vez, tiene un efecto claro en el ecosistema marino.
La historia de este proceso es muy interesante para los ecólogos y muchos otros especialistas y es por eso que muchos paleontólogos han intentado reconstruir las migraciones de las ballenas en los últimos 5 millones de años, sin mucho éxito.
El problema es que los fósiles de ballena son especialmente difíciles de encontrar; normalmente las ballenas mueren en alta mar y sus cuerpos flotan a gran distancia de sus rutas normales o se hunden en el fondo del mar, en donde se fosilizan en muy raras ocasiones. Solo cuando el cuerpo de uno de estos animales llega a una playa poco profunda existe una probabilidad mayor de que su esqueleto se conserve (cuando menos en parte), pero la información de la ruta que tomaba el animal en vida parece perdida para siempre.
Un grupo de paleontólogos del Instituto Smithsoniano de Investigaciones Tropicales acaba de publicar un trabajo muy original en las “Memorias de la Academia Nacional de Ciencias” (“Proceedings of the National Academy of Sciences”) que resuelve una parte importante de este problema.
Las ballenas normalmente tienen una gran cantidad de parásitos en su piel; entre ellos se encuentran los percebes. Estos crustáceos se adhieren a la ballena y son casi imposibles de arrancar.
Existen especies de percebes que solamente se adhieren a la piel de una especie particular de ballena; si Ud. encuentra un percebe fósil de una especie conocida, puede asumir que una ballena de una cierta especie pasó por el lugar y si puede calcular la edad del fósil, puede también comenzar a reconstruir la trayectoria de las migraciones de esa especie.
Existe otro detalle interesante. La corteza natural del crustáceo es rica en átomos de oxígeno. Esta coraza crece poco a poco a lo largo de la vida del percebe. En la naturaleza existen dos isótopos estables de este átomo (el oxígeno 15 y el oxígeno 16) y la proporción de estos isótopos depende de la temperatura del agua; basta con estudiar la proporción de estos isótopos en distintos puntos del cuerpo de un percebe fósil para reconstruir la temperatura promedio del agua en distintos momentos de la vida del animal y esto, a su vez, permite reconstruir (aunque sea en forma general) las rutas migratorias de distintas especies de ballenas (aunque no tenga un solo hueso fósil de ellas).
Este trabajo, que involucró el estudio de percebes fósiles encontrados en California y en Panamá, revela que las ballenas grises, por ejemplo, ya tenían los patrones generales de migración que se pueden observar en la actualidad, a pesar de los grandes cambios que ha sufrido el ecosistema marino en los últimos millones de años.
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